La denuncia política a través del arte escénico expresa el sentir de los colectivos creativos ante una pregunta desgarradora: ¿De qué sirve sostener teatralidades si al final a nadie le importa? 

DE CÓMO A NADIE LE IMPORTA EL TEATRO

(Alfredo Millan)

“Diserción de un grito“. En el vasto panorama del arte contemporáneo, la innovación teatral se enfrenta a un desafío aparentemente insuperable: la sensación de que todo ya ha sido creado. Sin embargo, la verdadera revolución radica en retornar al origen, despojándonos de posturas prefabricadas para redescubrir nuestra esencia primordial.

Este proceso de depuración resulta intrincado, pues exige la construcción de herramientas poéticas propias mediante diálogos profundos. Implica desprenderse de estigmas sobre cómo debe hacerse teatro, permitiendo que la representación habite el presente con autenticidad. Así, las historias expuestas se impregnan de huellas personales, generando verdades únicas intrínsecas a cada puesta en escena.

El telón de la alienación

Paradójicamente, el teatro actual refleja la deshumanización social: se ha convertido en un catalizador del abandono, la ausencia, la despersonalización. Cual espejo implacable, nos devuelve la imagen de nuestra soledad colectiva. El Estado, con sus fallas sistémicas, invisibiliza las voces críticas necesarias para el pensamiento transformador. Las políticas públicas han olvidado la construcción del arte basada en conocimiento, educación, incluso amor. El resultado: una sociedad alienada, propensa a olvidar rápidamente, reaccionar sin reflexión, insensibilizarse ante lo trascendente.

Para reconectar genuinamente con el espectador, es imperativo desmantelar los discursos hegemónicos que perpetúan un pastiche de miserias. La deserción del grito teatral simboliza renuncias anticipadas, constantes. Representa la apertura del cuerpo creativo hacia un exterior que, paradójicamente, no escucha.

La denuncia política a través del arte escénico expresa el sentir de los colectivos creativos ante una pregunta desgarradora: ¿De qué sirve sostener teatralidades si al final a nadie le importa?  El espectador brilla por su ausencia, síntoma de una carencia más profunda: políticas culturales deficientes, espacios inadecuados, falta de compañerismo, escasez de generosidad. Sostener algo que aparentemente solo importa al creador plantea un dilema existencial. No obstante, aún no se ha llegado a la renuncia total; persiste el grito doloroso, el peso agobiante de mantener viva la llama teatral en un entorno hostil.

El teatro resiliente

La precarización de los espacios, bajo la lógica del “menos todo”, cercena la posibilidad de crear discursos constructivos. En su lugar, proliferan manifestaciones panfletarias o superficiales que complacen a un sistema poco exigente. Consecuentemente, el espectador se aleja, perpetuando un círculo vicioso de escasez presupuestaria, políticas públicas insuficientes, voces creativas silenciadas.

El laboratorio teatral, ese espacio de encuentro, experimentación, prueba, error, se erige como último bastión. Allí convergen textualidades, cuerpos, necesidades personales que potencialmente devienen en escena dramática. La relación con el espacio lo determina todo: elegir el adecuado implica encontrar las palabras precisas para articular ese grito que, aunque desoído, persiste en su afán de ser escuchado.

El vacío de la indiferencia

La obra “De cómo a nadie le importa el teatro” de Vaca 35 se erige como un paradigma del teatro resiliente. Esta pieza, fruto de 17 años de lucha incesante, encarna la paradoja central del arte escénico contemporáneo: un grito persistente en un vacío de indiferencia. El título mismo es una declaración mordaz, un espejo implacable que refleja la crisis existencial del teatro.

La compañía, en su laboratorio creativo, destila un pandemonium de emociones comprimidas, transformando la frustración colectiva en una disertación visceral sobre la relevancia del arte en una sociedad aparentemente sorda a sus expresiones más profundas.

Esta obra no solo pone en escena la lucha del teatro, sino que la encarna en su propia existencia. Los “porqués” que plantea son preguntas abismales que reverberan más allá del escenario, cuestionando no solo el papel del teatro, sino el de la cultura misma en nuestro tejido social.

En su resiliencia total, Vaca 35 no ofrece respuestas fáciles, sino que invita al espectador —si es que este acude— a sumergirse en la incómoda pero necesaria reflexión sobre por qué el arte, esa expresión fundamental de nuestra humanidad, parece haber perdido su poder de convocatoria y transformación.

Esta pieza es, en esencia, un acto de resistencia creativa, un manifiesto vivo que desafía la indiferencia y reafirma, con cada representación, la importancia vital del teatro como espacio de encuentro, crítica y catarsis colectiva. El teatro contemporáneo se encuentra en una encrucijada existencial, donde el grito desesperado por ser escuchado resuena en salas vacías.

Este fenómeno evoca las reflexiones del dramaturgo y director polaco Jerzy Grotowski, quien en su obra “Hacia un teatro pobre” planteó la necesidad de despojar al teatro de todo lo superfluo para alcanzar su esencia más pura. Grotowski propugnaba un “teatro pobre” no en recursos creativos, sino en artificio innecesario. Su visión resuena con fuerza en nuestro contexto actual, donde la deserción del público y la precariedad institucional han despojado al teatro de casi todo, excepto de su núcleo más vital: la voluntad inquebrantable del artista. Nuestro teatro contemporáneo, despojado de expectativas y convenciones, puede redescubrir su poder transformador.

La ausencia de público no es el fin del teatro, sino potencialmente el inicio de su renacimiento más auténtico. El grito de deserción que analizamos no es, por tanto, un lamento final, sino un llamado a la acción. Invita a repensar radicalmente el propósito y la forma del teatro en una sociedad que parece haberlo olvidado. Quizás, como sugería Grotowski, sea necesario destruir para reconstruir, abandonar las formas gastadas para redescubrir la potencia original del acto teatral.

El teatro, aun cuando parezca que a nadie le importa, sigue siendo un baluarte contra la deshumanización y el olvido. La verdadera innovación, entonces, no residirá en efectos deslumbrantes o narrativas complejas, sino en la capacidad del teatro para reconectar con lo esencial de la experiencia humana. El desafío es claro: transformar este grito de deserción en un grito de renacimiento, capaz de sacudir las conciencias adormecidas y recordar a la sociedad por qué el teatro, en su forma más pura y poderosa, sigue siendo indispensable.

La entrevista con Damián Cervantes.  Aquí 

“De cómo a nadie le importa el teatro”. Creación colectiva de Vaca 35. Textos dramáticos de Ángel Hernández, Diego Cristian Saldaña y Damián Cervantes. Dirección: Damián Cervantes. Actúan: Carmen Zavaleta, Damián Cervantes, Elizabeth Glass, Estefanía Martínez, Gonzalo Herrerías, José Rafael Flores, Mariana Montenegro, Mari Carmen Ruiz, Sandra Rosales y Umberto Morales.

Diseño de iluminación y espacio: Gabriel Pascal | Producción ejecutiva: José Rafael Flores y Fanny Delgado | Movimiento escénico y coreografía: Sara Montero | Dramaturgia musical: Diego Cristian Saldaña, Estefanía Martínez y Gonzálo Herrerías | Asesoría Vocal y coro: Marco Paul Silva Ruiz | Fotografía y diseño: Umberto Morales | Fotografías: Damián Cervantes. Julio 2024. 

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