Por Alfredo Millan

La danza nos conecta con movimientos originales surgidos de nuestros instintos más viscerales. Aún en la desesperanza urbana, hay fuentes kinestésicas de renovación constante. Cuando todo parece perdido, el cuerpo nos recuerda nuestra esencia primigenia. “Incluso en la caída más dura late la promesa de un nuevo impulso que nos regresa al vuelo”.

¿Qué incita a una persona a señalar a otra si sus acciones no le afectan? Probablemente, el miedo. RATS es un patógeno estético y metafórico ante la brutalidad social. Una traducción de nuestra fragilidad que, lejos de juzgar, busca tender puentes.

“De todas las miserias del hombre, la más amarga es no tener dominio de nada”. 

Así lo plantea Heródoto. RATS explora críticamente esta condición humana a través de la danza contemporánea. Parte de la analogía entre el comportamiento de las ratas y los humanos en la vorágine de las grandes urbes, donde prima la supervivencia. Inspirada en lo cotidiano de CDMX, con su transporte público, calles y noche; la obra evidencia una sociedad conmocionada por la violencia, desigualdad y machismo. Ante una realidad llena de contradicciones, los sucesos escénicos buscan generar reflexión y análisis sobre nosotros mismos.

La obra muestra al hombre como una rata en un laberinto, buscando ansiosamente satisfacer necesidades que cree vitales. Pero esas búsquedas lo llevan a callejones existenciales sin salida, donde queda atrapado. RATS expone así la fragilidad humana ante sus propios impulsos y ambiciones, que pueden esclavizarlo. 

Una mirada filosófica a nuestra cadena de deseos infructuosos. El comportamiento gregario y acrítico de las ratas en RATS es un reflejo de la facilidad con que los hombres nos dejamos llevar por inercias colectivas, adoptando conductas sin reflexionar sobre su sentido. Como ratas, vamos tras la masa social de modo irracional. La obra despierta la necesidad de que el hombre desarrolle una mirada crítica sobre los condicionamientos grupales.

La rata representa al hombre atraído por el queso del progreso material, por la carrera consumerista, olvidando su dimensión espiritual. RATS expone así la pérdida en el hombre moderno del sentido trascendente de la existencia, reemplazado por banales estímulos materiales. Las ratas en escena simbolizan la deshumanización del individuo cuando se diluye en la masa social, adoptando comportamientos colectivos irreflexivos. RATS revela cómo la identidad personal se pierde cuando el hombre se transforma en una rata más, en una parte desechable del engranaje grupal.

La vorágine de urgentes estímulos que enfrentan las ratas representa la avalancha de incentivos banales que aturden la vida moderna, impidiendo al hombre conectar con su interior. Como las ratas, vamos de un estímulo fugaz a otro sin encontrar nunca sosiego. Las ratas se pisan unas a otras con tal de conseguir su objetivo. Así, RATS expone la facilidad con que el instinto egoísta de supervivencia nos vuelve despiadados, capaces de sacrificar al otro con tal de salvar nuestro pellejo. 

Una visión pesimista de la psicología humana. El mundo retratado es una jungla donde impera la lucha de todos contra todos y el más fuerte aplasta al débil. Un reflejo extremo del lado depredador del hombre cuando solo busca poseer y dominar, incluso a costa de la vida ajena.

Úteros Creativos.

La furia puede parecer fea, pero la danza la trasmuta en fuego sagrado. La frustración se vuelve movimiento catártico de liberación. La angustia emerge transformada en metáforas de belleza inesperada. Así, la danza redime partes nuestras que creíamos condenadas, por más que la vida nos derribe, la danza se cruza como una liga de resistencia. En ella encarnamos la resilencia que subyace bajo la tristeza. Recordamos que no importa cuán duro sea el presente, el movimiento nos proyecta hacia un futuro de posibilidades abiertas.

La danza es espejo que refleja la complejidad de lo real. Captura nuestra dualidad interna, los claroscuros del alma. No teme mostrar lo bello y lo horrendo que coexisten en nosotros. Expone con crudeza visceral contrastes que nos habitan. Cada bailarín se mueve con estilo único, pero la danza lo conecta con el Todo. Mientras los cuerpos trazan metáforas personales, se produce el milagro de estar solos pero acompañados. Compartimos el impulso vital que nos atraviesa en movimientos únicos pero universales.

El cuerpo del bailarín es alquimista que transforma los elementos de la existencia en arte en movimiento. Convierte el sudor y el dolor muscular en metáforas de vida. La danza es un campo fértil donde sembramos los frutos más esperanzadores que brotan de nosotros. A veces la danza nos permite vislumbrar éxtasis fugaces, donde todo encaja y fluye. Son momentos que nos elevan sobre la angustia cotidiana. Instantes sublimes que nos recuerdan estar hechos de la misma esencia que las estrellas y no sólo de carne mortal.

“La danza nos recuerda que la destrucción y el nacimiento son las caras de una misma moneda”.

Cuando todo pareciera derrumbarse sin remedio, ella siembra la certeza que nos levantaremos una y mil veces. Muerte y renacimiento en una rueda perpetua de creatividad incesante. Hay emociones dañinas que envenenan el alma cuando se reprimen. La danza es vehículo catártico para liberarlas, purificarnos a través del movimiento. externalizar lo que nos pesa por dentro es el primer paso para sanar. Una limpieza visceral que redime.

Hay emociones dañinas que envenenan el alma cuando se reprimen. La danza es vehículo catártico para liberarlas, purificarnos a través del movimiento. externalizar lo que nos pesa por dentro es el primer paso para sanar. Una limpieza visceral que redime. Los cuerpos de las bailarinas son úteros que paren nuevos universos de sentido. Dan a luz metáforas sobre lo que somos y podemos ser. Sus movimientos revelan la capacidad creativa innata que habita cada célula viva. Recordando que toda destrucción es siempre preludio de una creación posterior.

Producción: URÓBOROS Escena. Idea original, coreografía y dirección: Luis Ortega. Diseño sonoro: Isay Ramírez Guillen. Diseño de Iluminación: Ivonne Ortíz.

Diseño de escenografía: + Aarón Mariscales Delgadillo. Diseño de vestuario: Luis Ortega. Vídeo e imagen: Alfredo Millan (millanfoto). Asistentes coreográficos: Andrea Martínez Gama y José Luis Miranda
Elenco: Lidya Romero (bailarina invitada). Marlene Coronel. Jocelyn Fernández. Alejandra Corona. Andrea Gama. Eugenia Spallanzani. Ilse Orozco. Ernesto Peart. Emmanuelle Sanders. Ramsés Carranco. José Luis Miranda. Bernardo Kasis. Héctor Valdovinos.
Investigación de movimiento: Luis Ortega, bailarines y alumnos/as de la licenciatura en danza contemporánea de la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea Generación 2017-2022.